“Lo primero que hay que hacer para salir del pozo es dejar de cavar”. Proverbio chino.

NO PODEMOS RESOLVER PROBLEMAS PENSANDO COMO CUANDO LOS CREAMOS. Albert Einstein

“Si a alguien le indigna más ver un contenedor ardiendo que una persona comiendo de él, tiene que revisar sus valores”

Sobre los poderes de siempre y los emergentes: "“No nos parece mal que nos muerda un lobo, pero a todo el mundo le saca de quicio que le muerda una oveja". Ulises de Joyce, Cap. 16




domingo, 22 de julio de 2012

¡Es la gente lo que importa, imbéciles; si esta Economía no funciona, hay que cambiarla!

Hace unas semanas recibí esta reflexión de un amigo, dirigida a varios amigos. La hago pública aquí, porque encuentro en ella más verdad que en los análisis que nos cuentan los medios. Se centra en el núcleo, no en el análisis particular de cada movimiento.


«Ante el panorama político-económico en el que estamos inmersos en estos países del Mediterráneo europeo, conviene recordar que las medidas que nos están imponiendo no son en absoluto novedosas. Son sospechosamente parecidas a las que vienen aplicando el FMI y el BM desde hace décadas en los países que llamamos "subdesarrollados", para garantizar que lo sigan siendo y que se mantenga el intercambio económico desigual que posibilita la riqueza de los "desarrollados". En mi interpretación, la novedad de la situación actual es que el mundo está ahora llegando a los límites del crecimiento, lo que significa que la cantidad de ricos que puede mantener está comenzando a disminuir. Como resultado, comienzan a sobrar países en el club de los privilegiados, así que toca aplicar en la periferia del Norte las técnicas de asfixia que antes se reservaban a la periferia mundial. Los que está en el poder saben que, aunque pregonen el crecimiento, ya sólo queda decrecer, así que su estrategia para mantener sus privilegios consiste en empobrecer a los países más débiles, y a los sectores más débiles dentro de cada país. Los que estamos abajo debemos ser conscientes de esta realidad. Debemos saber que nos enfrentamos a un panorama de recursos siempre decrecientes, pero debemos ser capaces de imaginar, reivindicar y (no tengamos miedo de ello) implementar por nuestra cuenta alternativas a este desmantelamiento de los derechos sociales (de la dignidad, al fin y al cabo) en favor de los poderosos que estamos padeciendo.»

Ha corrido por los Medios estos dos días la historia (que según la costumbre desaparecerá de la memoria en otros dos días) de Peter Doyle, analista senior del FMI, que ha abandonado la Organización avergonzado de los fracasos de esta. Los que tenemos memoria para estas cosas, recordamos a Stiglitz, premio Nóbel de economía y primer vicepresidente y economista jefe del BM en 1997-2000, del que fue honrosamente expulsado por el Secretario del Tesoro Summers porque era una mosca cojonera: dado que con datos sólidos se oponía a la manera en que se hacía la globalización y luchó para que no se impusiera a Rusia la “ortodoxia de la casa”, las reuniones con él debían ser una pesadilla.

Pero esto son anécdotas personales estadísticamente despreciables. Es algo “anecdótico”.

Mi idea central es que, contra lo que se dice, FMI y BM no han fracasado, sino que han cumplido a la perfección la expulsión del sistema de los países que ha hecho falta expulsar, reduciéndolos a monos titi con correa, mediante una aplicación de la ortodoxia creada para eso: para permitir la concentración de capitales cada vez en menos manos. Nada nuevo: el bisabuelo Karl ya hablaba de ello. Esto no es “anecdótico”, sino parte de un sistema creado para conseguir esos fines.

No es anecdótico saber que cada vez que dicen “no nos gusta hacer esto, pero es la única manera de salir de la crisis”, alguien les ha arreado un tirón en la correa que llevan al cuello y hay que leer “es la única manera de profundizar en el trasvase de nuestro dinero a los mercados”. Esto no es “anecdótico”.

El método consiste en “inundar” un país de crédito fácil (¿os suena eso?) produciendo una expansión de la que cualquier dictador latino, asiático o africano, o cualquier europeo megalómano, se sienten orgullosos de aceptar con la premisa “el milagro soy yo”.  Se presta a manos llenas a particulares, pero sobre todo a Gobiernos de todo tipo, que se dedican a obras faraónicas e innecesarias, con un dinero que va por cañerías con más agujeros que un colador viejo. Gran parte del dinero “que se cuela” va a parar a los bolsillos de grupos financieros y de esos políticos (normalmente, asociados en grupos que el Código legal tipifica como “mafiosos”). No os molesto con ejemplos, pero... a modo de “aprender deleitándose”, seguid un poco la pista del yerno de Aznar, hace años un mindundi y ahora socio de la cadena “Billionaires”. La corrupción generalizada, siento decirlo, es “anecdótica”; aunque no estaría mal, ahora que estamos a tiempo, presionar para que se empezara a juzgar de verdad a los estafadores.

La idea (como en el timo de los boletos de lotería premiados que llevaba un tonto en las inmediaciones de la estación de Atocha, donde se bajaban los tipos con boina dispuestos a comprárselos por “casi nada”, para que no se los robaran al pobre) es la básica en todos los timos y estafas del mundo: que la ambición permita creerse que eso es para “siempre”.

De pronto, se cierra el grifo: ya no hay créditos para pagar créditos que vencen, el crecimiento no era para siempre, así que los ingresos (basados en una economía real, no un casino financiero, y con una fiscalidad que apunta a los trabajadores reales empobrecidos, no a los que se "llevaron el dinero") caen en picado y no se pueden pagar las deudas. Los “mercados” están dispuestos a dar créditos nuevos para pagar vencimientos antiguos, pero a unos tipos de interés inasumibles. La angustia obliga a aceptarlos, junto con el “consabido paquete de ajustes de la ortodoxia económica” que obliga a ahogar toda la construcción de un Estado que proveía servicios a sus ciudadanos.

Se despide a los que realizaban esa tarea y se externalizan los servicios que prestaban a empresas privadas... que aparte de funcionar peor a los dos años, son mucho más caras que lo que costaba el “supuesto despilfarro anterior del Estado Grande”. Previamente hemos sido adoctrinados hasta la saciedad y la suciedad con la cantinela de que los funcionarios no funcionan: son tipos que se pasan la mañana leyendo el marca o la revista de “Sálvame Deluxe”. En todo bar encuentras a alguien contando sus peripecias en una oficina estatal. Nadie habla de que para darse de baja en cualquier servicio de una megacorporación ha pasado 4 meses pagando la tarifa. Nadie comenta que la privatización de la energía (poniendo en las empresas casi regaladas a amigos del Presidente español de turno), que nos vendieron con un “ahora veréis cómo por las leyes de la Sagrada Competitividad vais a tener mejor servicio y más barato”, en 10 años la “luz” ha subido un 80%. Esto, por supuesto, no es “anecdótico”: son pasos necesarios de la apropiación de lo Público.

Con la ayuda de un “bipartidismo democrático” (los hooligans y los reticentes tibios) y de una incultura político-económica brutal de los ciudadanos, ya tenemos otro país que dedicará su riqueza siempre decreciente a pagar deudas endeudándose más. El sufrimiento de la gente es “anecdótico” (quien piense lo contrario, es tonto o se lo hace).

El FMI y el BM, no elegidos democráticamente, han ganado otro partido. Alguien, en una libreta negra secreta, escribe “Proyecto PIGS, terminado a la perfección”, mete la libreta en una caja de seguridad y FIN DE LA HISTORIA.

Addendum
Hay otro final: como dijo textualmente Henry Paulson (poco se puede sospechar de él, ya que era un hombre de Goldman Sachs), Secretario del Tesoro de EE.UU., en una reunión con banqueros un viernes de la crisis de 2008, para que firmaran unos papeles: “O firmáis o, simplemente, este lunes ya no habrá Economía”. El Crack del 29 será como de guardería infantil en comparación con lo que sucederá: los Estados, que ya funcionarán con empresas externalizadas, verán cómo estas se declaran en quiebra y dejan de prestar los servicios. En tres semanas, los ciudadanos solo encontrarán puertas cerradas: absolutamente legal, oiga, según los contratos firmados. Esto no es “anecdótico”.

Lo único que podemos hacer es conocer estos mecanismos y luchar ahora que podemos, como reflexiona mi amigo en sus tres últimas líneas.

Por una vez, me creo el himno:

Agrupémonos todos
en la lucha final.

Pero no en el sentido esperanzador de que es el último combate para que ganen los “buenos”, sino en el sentido de que esta guerra, si la perdemos, la perderán hasta los que la provocaron.

lunes, 16 de julio de 2012

Ejercicio de taller. Tema: descripción

Hay momentos en los que conviene fijarse mucho en todo

La Biblioteca de la Caja de Ahorros tiene un jardincillo con pequeños senderos que se cruzan en línea recta, entre los arriates de flores y árboles de pequeña altura. Está rodeado por gruesos muros de unos tres metros rematados en verjas modernistas que se elevan otro tanto. La puerta, era un poco más baja que las verjas y estaba hecha de barras de hierro forjado rectas. Se abría de 9 a 2 y de 4 a 8. Daba a un sendero de su misma anchura que conducía al edificio de la biblioteca, que ocupaba buena parte de la planta baja de las Oficinas Centrales de la Caja.
Cinco metros de pasillo, con las paredes revestidas de tablas oscuras, que se estrechaba por estar flanqueado a ambos lados por enormes archivadores con las fichas a rayas, del tamaño de un sobre, de todos los libros que contenía la biblioteca, escritas a mano y ordenadas alfabéticamente desde la inicial del primer apellido del autor. Cada metro que se avanzaba significaba un paso hacia la confortable oscuridad, una huida de la luz hiriente de aquella ciudad portuaria mediterránea. Al final estaba la mesa de recepción, en la que un joven con bata gris recibía el pedido del libro, copiaba en un papel la signatura y se lo pasaba a uno de sus dos ayudantes, más jóvenes y cubiertos por una bata azul. A su lado derecho, una puerta grande y alta mostraba, cuando quedaba entreabierta, a los bibliotecarios que clasificaban los libros y realizaban las tareas de administración. A su izquierda se abría la puerta a la sala de lectura: una sucesión de mesas macizas, con cuatro puestos de lectura a cada lado, cada uno provisto de una cómoda silla, ligeramente almohadillada y tapizada en cuero verde oscuro, así como una lámpara de lectura que encendía el lector e iluminaba un tercio de metro cuadrado, resaltando así la oscuridad profunda de la sala, que formaba una ele girando al final hacia la izquierda. Era el ala más tranquila, en la que las parejitas se sentaban, dejaban los libros y salían al jardín a reírse tontamente.

Estaba en la otra ala cuando dos tipos con gabardina, bajo la que asomaban unos pantalones de color ya indiferenciable, me rodearon y me pidieron que les acompañara un momento. Al salir, con una sonrisa le dejé los dos libros sobre marxismo, ninguno de ellos de la biblioteca, al joven de bata gris, ya con la cara gris por lo que estaba viendo, que los aceptó sin rechistar. El coche, gris plomizo, entró por una rampa protegida por dos policías de uniforme gris, me dejó en un patio de sótano. Me esposaron y me condujeron a una celda, parecida a un armario de cemento, ancho y muy largo, con dos bloques de cemento que no se diferenciaban en nada del suelo: solo la sensación de acostarte a un nivel superior del suelo podía sugerir la comodidad de una cama, aunque al menos se me quitó la sensación imaginaria de asco de encontrarme con un colchón meado y con una capa de semen lustrado por el roce. Tampoco las manchas rojas diferenciaban entre los lechos y el suelo, manchado igualmente en diversas partes. En aquella época no se hablaba de arquitectura, pero actualmente se habría publicitado como “sótano en dos alturas”.

La comisaría  se había inaugurado en septiembre de 1939, cuando la población de la ciudad era de 20.000 habitantes, el 10% de los cuáles estaba en el campo de concentración Los Almendros, un 0,3% se había ahogado en el puerto, a la espera del barco que no llegaría, y más de un 10% había partido ingenuamente hacia los Pirineos. Ahora que la ciudad superaba los 100.000 habitantes, ese edificio viejo, cuyas únicas reformas habían consistido en repintar la fachada tantas veces que el peso de las capas de pintura amenazaba con derribarla, era una colmena atestada que se sostenía en pie por la acertada distribución del peso de los legajos y los detenidos: seguro que las detenciones no estaban relacionadas con los delitos, sino con las salidas de comisaría que debían ser compensadas en kilos. Un preso muy gordo que quedaba en libertad o era llevado a la cárcel debía ser compensado rápidamente con la detención de dos delincuentes flacos.

Creo, porque me sobrevaloro, que de todas las personas que entraban y salían de ese endeble tinglado, solo dos llegaron a darse cuenta de que el mecanismo de sustentación del edificio y la Institución que albergaba no era sino una correcta estiba de la carga: yo y el Jefe de la Brigada Político-Social. En cuanto me metieron en su despacho, que era como otro armario, pero más ancho, y en lugar de cemento tenía suelo de baldosas y paredes pintadas de color verde moco de catarro fuerte, dijo “coño, quitadle las esposas” y me ofreció sentarme en la silla que había frente a él. Era un hombre bajito y enjuto que, a diferencia de sus subordinados, llevaba un buen traje de franela gris, camisa blanca bien lavada y planchada, y una corbata de tan buen gusto que pasaba desapercibida. Debió haber sido guapo en su juventud, con unos ojos azules que lo mismo te traspasaban con atención que parecían desentenderse de su alrededor, cubriéndose de una ligera veladura. “Parecían”, porque jamás debió dejar de prestar atención y esa veladura romántica fue, sin duda, su mejor red de pesca. El pelo y el bigote fino, muy canosos, no llegaban a un blanco hiriente. Muchas mujeres y muchos detenidos debieron caer en las redes de esa mirada azul. Se comportaba conmigo como si fuera mi abuelito querido, quizá porque estaba informado de que no había conocido a mis abuelos. Quizá porque estaba ya cansado de toda aquella pantomima. Enseguida me ofreció un Ducados y, cortésmente, le pregunté si podía fumar de los míos, Bisonte sin filtro. Llevaba varias horas en la celda, esposado con los brazos atrás, y aunque no me habían quitado el tabaco ni las cerillas, no es posible encenderte un cigarrillo en esas condiciones. Se extrañó de que no me hubieran quitado las esposas ni las cerillas y, en ese momento, vi en sus ojos dos ideas: que la orden de quitar las cerillas es absurda, porque nadie se va a suicidar quemándose con ellas, pero que el protocolo es el protocolo, así que el guardia que me metió en la celda con esposas y con cerillas lo iba a pasar peor que yo.

Me sentía tan bien, con las caladas al bisonte, además de que me di cuenta de que, mirando sus ojos, podía llegar a leer su pensamiento, lo que a su vez quería decir que él llegaba al fondo del mío, que me dieron ganas de sentarme en sus rodillas y decirle que si me contaba un cuento yo le contaba luego los nombres de todos los miembros de la red. Fue pensar eso, y le vi sonreír: oía mis pensamientos. Hablamos en términos abstractos, de la necesidad de la democracia, por mi parte, y de la impaciencia juvenil por la suya. Una danza agradable. También vi en sus ojos que no pensaba permitir que nos dieran una hostia, porque éramos cinco muchachos de la clase media y tenía tratos cordiales con nuestros familiares y los amigos de nuestros familiares. También me di cuenta de que los deseos de democracia de mi declaración irían acompañados de pruebas documentales de mi pertenencia a grupos para los que la “democracia” era un objetivo que solo salía en las notas a pie de página. Estábamos perdidos, pero él no pensaba forzar la máquina.

Los cinco salimos de allí, sin un rasguño, conducidos ante el señor juez, que por sus rasgos parecía sacado del cuadro de un alguacil del Siglo de Oro, sentado en un butacón de madera labrada muy teatral e incómodo, bajo un Cristo que seguramente habría podido competir sensatamente con el estado de algunos de los delincuentes presentados ante su Excelencia y una foto de Franco, que competía lealmente en papada con el juez.

Me enteré de que el Jefe de la Brigada se había jubilado seis meses después; comprendí que en nuestra charla no estaba ya para acumular éxitos laborales. Ya en la Democracia, cuando fui a pagar un café el camarero me dijo que lo había pagado el señor de al lado. Era él, que dijo “si no le importa, claro”. No me importó, nos pusimos a hablar y nos hicimos amigos. En la vida conoces a tan pocas personas muy inteligentes, que no debes prescindir de ninguna.




jueves, 5 de julio de 2012

¡El 21 de Los Cien Escalones!


Las escaleras tienen tramos. Verónica Leonetti y yo dimos por cerrado el primer tramo en el número 20, así que hoy empieza una nueva aventura. Para los que no conozcan el modo de presentarlos, en mi blog solo se pone la ilustración, pero en el de Verónica sale el conjunto de ilustración y texto. Haced clic en:


Otro modo de operar es que no acepto comentarios. El que quiera, tiene que hacerlo donde Verónica.

El Primer Tramo tiene una "maqueta manual" que me parece una preciosidad (todo lo bonito es de Verónica). Añado dos imágenes para vuestro disfrute y por si pasa por aquí un editor que no esté loco y quiera editarlo.