“Lo primero que hay que hacer para salir del pozo es dejar de cavar”. Proverbio chino.

NO PODEMOS RESOLVER PROBLEMAS PENSANDO COMO CUANDO LOS CREAMOS. Albert Einstein

“Si a alguien le indigna más ver un contenedor ardiendo que una persona comiendo de él, tiene que revisar sus valores”

Sobre los poderes de siempre y los emergentes: "“No nos parece mal que nos muerda un lobo, pero a todo el mundo le saca de quicio que le muerda una oveja". Ulises de Joyce, Cap. 16




domingo, 25 de noviembre de 2012

Una buena pregunta del PP al PSOE y otras dos, mejores, que le hago al PP


Ante la petición del PSOE de crear una subcomisión que analice el problema de las fugas de capital a paraísos fiscales, propuesta a la que se han adherido prácticamente todos los grupos de la oposición, pues el tema es tan grave que hasta UPyD, siempre tan conservador, estima que nos roban hasta un 8% del PIB (la crisis de la deuda no existiría), la señora Ana Madrazo, del PP, le contesta al PSOE con una pregunta excelente: por qué durante los ocho años que gobernaron no hicieron nada.

Quero ser breve y saltarme las consideraciones que podría decir sobre la gravedad suprema del asunto. Así que respondo a la respuesta de la señora Ana Madrazo con dos preguntas mejores que la suya. Después de aplaudirle su pregunta

¿Por qué, en los ocho años de oposición, no plantearon nada al respecto, poniendo en aprietos, esta vez sí realmente, al partido gobernante?

Pero sobre todo:

¿Por qué, desde el Gobierno, no solo no hacen nada, sino que además destruyen toda posibilidad de hacerlo? Porque si se fijan bien, son ustedes quienes gobiernan ahora y a los que hay que pedir cuentas. Pedírselas ahora es lo primordial.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Taller. Tema: "Pesadilla"


Bajé por la escalera que subía

Los hechos que importan solo revelan su significado mediante la repetición. Lo demás son anécdotas que únicamente por el recuerdo y un análisis posterior, encadenando lo sucedido (al fin y al cabo, una repetición mental), podrían llegar a tener significado. Pero con esta reflexión me aparto de la historia que quiero contarte; y no me queda mucho tiempo.
Hace unos 20 años, tuve varias veces el mismo sueño sin darle más importancia que la que merecía la curiosidad de que se repitiera. Era algo tan banal. Carecía de la emoción que rodea cualquier sueño, convirtiéndolo en decisivo hasta que despiertas. Los que recordamos suelen ir acompañados de emociones fuertes como el miedo, el placer, el aturdimiento que produce algo extraordinario; como por ejemplo cuando sentimos que estamos sobrevolando la ciudad. Precisamente porque la carga de la emoción nos despierta en mitad del sueño, es más fácil recordarlos. Me vuelvo a apartar del tema, pero me resulta difícil contar lo sucedido en estos años sin acompañarlo de los pensamientos que me fue provocando el desarrollo de la historia.
El sueño era como un documental de lo que iba a hacer el día siguiente. Todo previsible, lo que hacía a diario, pero como si una cámara me estuviera grabando en un plano medio o lejano. Ni siquiera había tomas de una cámara subjetiva rodando desde mis ojos, como suele suceder a veces cuando soñamos. Me parecía ser el personaje de una extraña serie dedicada a rodar la vida de un hombre normal. Una grabación de vídeo tan habitual que hasta reproducía secuencias, en lugar de una narración continua: me veía a mí mismo vestido, cerrando la puerta de casa y bajando las escaleras, pero nada más empezar a bajarlas pasaba directamente a la secuencia siguiente, en la que estaba ya en la calle. Como si un editor eligiera las partes necesarias para contar la historia. En la siguiente escena, me acercaba a la boca del metro, la de todos los días.
El sueño fue ampliándose. Repetía las escenas anteriores, pero añadiendo parte de la continuación lógica: aparecía ya bajando por las escaleras mecánicas; días después, en el sueño llegaba al andén de siempre; semanas más tarde, entraba en el vagón del metro; al cabo de unos meses, salía de la estación de destino y me veía caminando hacia el edificio donde trabajaba. Una visión real en la que salían las calles y los edificios reales, los semáforos en los que me paraba o que encontraba abiertos. Desde ese momento, el sueño siguió repitiéndose, pero la historia quedó detenida; no avanzaba. Parecía condenado a ver una y otra vez el mismo documental. Por aburrimiento, dejé de prestarle atención.
Era algo tan vulgar que no le di importancia; aunque me cuidé mucho de comentarlo a nadie. Sin embargo, empecé a pensar en él con cierta aprensión por un elemento que me produjo desasosiego. Me di cuenta de un detalle al que no le había prestado atención: en el sueño aparecía exactamente con la misma ropa con la que al día siguiente realizaba las acciones habituales. Sopesé la circunstancia y decidí que era algo tan previsible como las acciones que veía en el sueño y que al siguiente día se producían en la realidad. Los pantalones y los zapatos, los tenía al lado de la cama; de los calzoncillos y la camiseta, elegía exactamente el que estaba arriba en el cajón y la que estaba encima en la pila de la balda del armario; el chaquetón, era el que estaba colgado en el perchero junto a la puerta. Desde el sueño, podía “adivinar” cómo iría vestido. Seguí pensando en la sucesión de sueños como algo trivial, desencadenado por una lógica que se me escapaba y que había dejado de buscar. También mantenía la decisión de no hablar de eso con nadie, pues si alguien me hubiera contado algo parecido, habría pensado que tenía un problema mental. De mí, sabía con certeza que no estaba loco; pero no deseaba exponerme a que otros pudieran pensarlo.
Cuando llevaba ya casi un año, con esos sueños que solo me dejaban una ligera sensación de desagrado, durante el sueño centré por primera vez la atención en uno de los personajes que compartía la escena, quizá porque se trataba de una chica extraordinariamente guapa, y contemplándola el sueño terminó. A la mañana siguiente, en el vagón del metro, exactamente en la posición y postura que en el sueño, con la misma ropa, estaba la joven. Me sentí tan mal que me bajé en la siguiente estación. Entré a tomar un café, fui al baño y vomité; después llamé al trabajo para decir que estaba enfermo y pasé el día dando tumbos por la ciudad, en estado mental de desconcierto. Me preocupé tanto que, por primera vez, la palabra que usé para esos sueños fue la de “pesadilla”.
Pasé unos meses muy malos, aceptando que realmente tenía problemas mentales. Busqué la ayuda de un psiquiatra, al que le conté todo menos lo de la joven “repetida” en la realidad, seguí un tratamiento y no volví a tener esas pesadillas durante casi un par de años. Después volvieron, con mayor intensidad y frecuencia, a lo que se añadió un elemento de desasosiego.

En la pesadilla, me apartaba de mi trayectoria previsible. No tomaba el metro, sino que caminaba o paraba un taxi. Por supuesto, las primeras veces no me aparté de mi rutina; pero en cuanto dejaba de cumplir la predicción comenzaba a sufrir una fuerte migraña que me incapacitaba para el resto del día. Decidí que en la siguiente ocasión seguiría las pautas de la “visión” nocturna (la palabra “pesadilla” me resultaba ya imprecisa para describir lo que me estaba sucediendo). Eran siempre pequeños cambios de guión que, una vez cumplidos, me permitían regresar a lo que de verdad tenía que hacer. Las consecuencias volvieron a ser inquietantes: en lugar de la migraña, el resultado de mi obediencia era una sensación de euforia, un bienestar físico y mental potente. Así pasé un año, con esos pequeños cambios que no me impedían seguir luego con mi rutina, aunque no me podía deshacer de la idea de que me estaban “domando” como a un perro o un caballo.
Era ya evidente que pensaba cumplir en la vida diurna la visión que se me había revelado. La de una noche rehizo totalmente la primera mitad de esa mañana, conduciéndome por un laberinto de transportes hasta una esquina de la periferia de la ciudad en la que compré un cupón a un ciego. Después volví al trabajo, poniendo una excusa por el retraso. Ya te puedes imaginar que ese cupón obtuvo el premio mayor. Los largos trayectos, que me obligaban a retrasar la llegada al trabajo, a veces incluso a no asistir, provocaron mi despido. No me importó, claro, porque no solo tenía dinero, sino una confianza ciega en que todo me iba a ir bien.

Querida, me es absolutamente necesario abreviar, porque llevo más de dos días sin dormir y no pienso hacerlo. Además, lo que te voy a contar ahora ya lo sabes, aunque desconocieras hasta el momento la causa de que me sucedieran esas cosas. Me fui convirtiendo poco a poco en el hombre seguro de sí mismo y tranquilo que tú conociste. El hombre hecho a sí mismo, lo bastante rico para llevar una vida cómoda sin llamar la atención, con relaciones en todos los grupos sociales.
Por supuesto que, como no soy creyente, intenté fabricar una explicación materialista: por alguna razón, se había activado una parte de ese cerebro del que dicen que solo usamos entre el 7 y el 10%: yo estaba usando un porcentaje superior. Era mi propio cerebro, con una gran capacidad de conocimiento que no usamos, el que había tomado las riendas de mi vida: mi yo era movido por mi yo. Nada que produjera espanto, sino más bien una sensación tranquilizadora. Pues bien, no me pude creer demasiado tiempo mi superchería. Evidentemente había “algo” y ese algo era exterior a mí. Eso se hizo patente cuando las visiones de la pesadilla empezaron a actuar no solo para mi beneficio personal, sino que me convirtieron en un mandado. Por ejemplo, siguiendo las pautas de la visión, llamaba a un conocido para quedar con él y presentarle a otro conocido. Cosas así. Ese “algo”, que no me hacía creer en un dios, pero sí en una fuerza externa, de naturaleza distinta a la mía, me había llevado hasta donde estaba para utilizarme para sus planes. Inquietante, ¿verdad? Lo suficiente al menos para perder el placer de vivir.
Ahora he de hacerte una confesión: fue entonces cuando, perdido el interés por la vida, una noche soñé el modo de conocerte. Tu presencia junto a mí me ha transformado, me olvidé de todas mis sensaciones negativas. Pero el hecho era ese: no fuiste fruto del azar. Fuiste “otro” regalo más, concedido por lo externo. Comprenderás que no podía hablarte de eso, así que no voy a excusarme.
Lo terrible es que con el tiempo he llegado a preguntarme si los nuestro no sería un doble juego, si tú viniste al lugar de encuentro porque lo habías soñado así. No me puedes decir nada, claro, pero la idea de que también se te puede definir como una mujer hecha a sí misma me ha instilado la sospecha y me ha creado un desconsuelo que tu presencia no puede deshacer. Si los dos somos el objetivo, y ahora estoy convencido de que es así, no somos dos personas libres y autónomas que se aman, porque ni tú ni yo tenemos indentidad. Con esta convicción, se ha destruido la última barrera defensiva de mi vida.
No me queda otra opción que la de desaparecer: quiero dejar de ser el recadero de ese “ello”. El abogado que compartimos tiene firmada ante notario la cesión que te hago de todos mis bienes, él te dará todas las explicaciones formales. Pero debo abandonarte y desaparecer. Te confieso, es mi última confesión, que tengo miedo de cuál será el significado real de esa desaparición. Desconozco lo que sucederá con mi conciencia, y no uso el término en un sentido moral, sino como el conjunto de mis conocimientos, sensaciones y recuerdos, ahora que sé que existe algo distinto y superior, con el que puedo tener unas obligaciones firmadas que no sabía que había rubricado. Desde el temor más profundo, que me convierte en inviable, recibe todo mi amor.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Quedan escasos días para que defiendas la constitucionalidad

El PP aleja la posibilidad de que nos defendamos legalmente. Si recibes una multa de tráfico de 100 euros, para recurrirla tendrás que aportar 200. Si quien te la puso, juez y parte, te lo rechaza, pagarás la multa de 100 más 200 de tasas. Quedamos indefensos. ¿Quién recurrirá un abuso de compañías eléctricas, viajes en avión, etc., si el recurso te cuesta más que lo que te estafan?

En este país están sucediendo cosas que destruyen la idea de la defensa democrática. Quedan horas o días para que interpongas tu queja. Lee y envía el testo siguiente, enviando a la dirección indicada el texto propuesto.:


Para: registro@defensordelpueblo.es
Asunto: inconstitucional proyecto de ley de tasa judiciales ya en el Congreso.
Importancia: Alta
Sra. DEFENSORA DEL PUEBLO


Buenos días. Soy ……… [datos de identificación completos, incluyendo dirección postal] y me dirijo a usted por un asunto urgente y grave en relación con el cual solicito su urgente intervención: la inconstitucional Ley de Tasas Judiciales que entra en vigor mañana, día 22 de noviembre de 2012.
El Tribunal Constitucional, siguiendo a los tribunales europeos, sólo admite las tasas cuando por su importe no impidan el acceso a la jurisdicción por motivos económicos y ése va a ser el efecto sin ninguna duda. En Civil cualquier pleito civil normal y corriente costará 2.000€ y bastante más solo la demanda (efecto de la tasa variable, conforme al sistema de 300€ de tasa fija más el 0,5% de la “cuantía procesal”, es decir, del interés económico del pleito, por demanda en “juicios ordinarios”), con análogas cantidades en contencioso-administrativo; y en la jurisdicción social el trabajador o el pensionista para recurrir una sentencia desfavorable pagará 500€. Se pretende que abonen esas tasas en todas las jurisdicciones excepto la penal todas las personas físicas sin derecho a justicia gratuita (el doble del IPREM por unidad familiar, poco más de 1.000€/mes) y jurídicas. Única excepción: el Estado en todas sus formas, y el Fiscal. Por materia ni siquiera excluido Derecho de Familia, salvo menores y alimentos. ¿Quién hay en España que pueda pagar 2.000 y 3.000 euros que resultan en cuanto hay un inmueble por medio o una reclamación de indemnización por muerte, o hasta los 400€ de mínimo de cualquier pleito sin cuantía, y ello contando solo primera instancia? No desde luego lasfamilias que malviven con 1.100€ al mes; pero tampoco la gran masa de clase media.
Es el fin de Derecho del Consumo (se ve frotarse las manos a las compañías telefónicas, aéreas y demás empresas que sistemáticamente abusan de los consumidores) y de la protección contra la arbitrariedad del Estado que confiere la jurisdicción contencioso-administrativa (¿quién recurrirá una expropiación injusta o reclamará por error médico en la Sanidad Pública, teniendo que poner de su bolsillo esas cuantías elevadísimas, o quién recurrirá una multa de tráfico arbitraria de 200€ cuando tiene que pagar de tasas el doble?); y en Derecho Civil, la ley del más fuerte. Ante la impunidad para el Estado y para el más poderoso, decir que volvemos a situación preconstitucional es decir muy poco. Ya es sangrante que el Estado no pague tasas y que a las empresas les resulta irrelevante tanto la tasa como cualquier otro gasto procesal (se deducen tanto las tasas como el IVA de sus abogados y procuradores al 21% y las minutas completas de estos), mientras los particulares asumen tasas, IVA, gastos y minutas.
Abogados de todos los sectores e ideologías de toda España se están movilizando individual, colectiva e institucionalmente para conseguir la máxima difusión de lo que constituye un gravísimo atropello contra el Estado de Derecho, como repiten con rechazo categórico el Consejo General de la Abogacía Española y los Colegios de Abogados, para intentar evitar que salga adelante el proyecto al que se oponen todos los Grupos parlamentarios en la oposición y numerosos operadores jurídicos incluyendo fiscales y jueces, catedráticos de universidad, procuradores, juristas de todo tipo, las asociaciones de consumidores, sindicatos y numerosas entidades.
Me dirijo a usted en la certeza de que tiene que compartir nuestra preocupación y no quedará impasible ante tal ataque contra la esencia misma del Estado de Derecho, porque bajo ningún pretexto puede pretenderse descongestionar los juzgados a costa de la indefensión masiva e irreversible de los ciudadanosQue la Defensora del Pueblo alce su voz AHORA que todavía es posible evitar la aprobación del proyecto y exprese el tajante rechazo que sin duda le tiene que merecer el proyecto tiene mucho peso para evitar que haya que llegar a un recurso de inconstitucionalidad, porque en el largo camino hasta conseguir una sentencia del Tribunal Constitucional quedarían irremisiblemente perdidos los derechos de muchos ciudadanos. Está en juego el mismo Estado de Derecho. Gracias por su atención y un saludo.
Fdo. …..

jueves, 15 de noviembre de 2012

Ejercicio taller L.M. del 15_11_2012


[Objetivo: contar dos historias, la 1 y la 2, sin apenas hacer referencia a la importante, que es la 2. En el estilo Hemingway, el más extremo, es la teoría del iceberg: se muestra solo la punta y la gran masa queda sumergida y solo la conoce el autor]



Como niños frente al mar

—Dos bloody maris —pidió al camarero el hombre de más edad.
Todavía era demasiado temprano en el chiringuito frente a la playa de San Juan. Los padres con niños empezarían a llegar un poco más tarde; a partir de las 11. En el interior, un par de jubilados desayunaban en sendas mesas leyendo  la prensa local, aburridos ya de contemplar el mar por el que habían elegido ese lugar para sus últimos años. Todavía era temprano para que pasearan descalzos por la orilla, en pantalón corto de chándal, con gafas de sol para que pareciera que no estaban mirando las tetas al descubierto de las jóvenes.
Para los dos hombres que terminaban a sorbos cortos un clásico contra la resaca y estaban en la única mesa ocupada de la terraza, era ya demasiado tarde porque todavía no se habían acostado, tras pasar la noche en las discotecas de Benidorm; aunque también era demasiado pronto para poner final a una jornada relajante que consideraban bien merecida. El mayor volvió a llamar al camarero. Salió enseguida, porque apenas prestaba atención a la conversación sobre el final de la liga que mantenían los tres hombres que ocupaban la barra, todos ellos conserjes de edificios próximos.
—Tráenos un café con leche y dos barritas tostadas con mantequilla y mermelada a cada uno. —El camarero se llevó los dos vasos vacíos y entonces el mayor se dirigió a Juan, que andaba en la mitad de los 30 años—. Ahora hay que desayunar algo, para seguir bebiendo.
—Este sol ciega —comentó Juan—, cuando pase por aquí ese vendedor negro que se acerca, le compro dos gafas.
—Se parecen a las de marca, pero los cristales son una mierda. Te las pones dos semanas y te jodes la vista.
—¿Y quién dice que nos las vayamos a poner dos semanas? Nos aliviarán la molestia el resto de la mañana. No nos van a matar. ¡Jefe, venga aquí!
El vendedor ambulante, un negro con un gorrito ridículo, y el camarero que traía las tostadas se saludaron. Eficaz, con los pantalones negros deslustrados y la camisa blanca resplandeciente de todos los camareros de mesones y chiringuitos del país, dejó el pedido en la mesa y se fue rápidamente.
—Dame esas gafas para mí y esas otras para mi amigo. ¿Cuánto valen?
—Doce euros cada una, son buenas.
—Quince por las dos —dijo cogiendo sus gafas y pasándole las otras a su amigo.
—No puedo venderlas por eso, señor, pierdo dinero.
Juan puso el dinero ofrecido en una esquina de la mesa, empezó a untar la mantequilla en la primera tostada y se desentendió del asunto. El mayor sacó un billete de 50 euros, se lo dio al vendedor y le dijo:
—Cóbralas de aquí, y lo que sobra para que te compres un sombrero bonito.
—Eres un derrochón —le dijo Juan cuando se fue el vendedor.
—Y tú un gilipollas que porque ahora tiene buen dinero en el bolsillo se comporta con los tiraos como un rico roñoso.
—Estamos guapos con las gafas, ¿eh? ¿Nos hacemos una foto?
—Para declarar a la posteridad que hemos estado juntos. Un verdadero gilipollas, es lo que eres.
Terminaron de desayunar, pidieron gintónics y pasaron el resto de la mañana felices al sol, comentando las aventuras de las 48 horas anteriores. La mitad de trabajo y la otra mitad de placer. Comieron gambas y una paella, volvieron al hotel, se ducharon y cambiaron de ropa, cada uno cogió su coche y se separaron hasta que el mayor volviera a ponerse en contacto con Juan.
—Dentro de bastante tiempo —le dijo—, que puedes vivir un año sin estrecheces; no acabes como el negro en tres meses, de invitar a putas. Y si te pasa eso, ni se te ocurra buscarme. Ya te localizo yo a ti cuando haga falta.

El PP juega con fuego si se apunta el apoyo explícito de los que no actúan


Ya estuve a punto de potar cuando Rajoy, desde Nueva York creo, consideró a los “no manifestantes” en una jornada como apoyos explícitos a su acción de Gobierno. Hoy oí la radio al medio día y escuché a Ignacio González (Esperancito para los que no sois de Madrid) agradeciendo la responsabilidad y el apoyo de sus compañeros de Partido (cuando están en una pelea muerte). Para el baño que me fui directo.

Y me he dado cuenta de que si el PP tiene esa manera de arroparse moralmente en los que no actúan, corre un grave peligro de deslegitimación moral.

Veamos los datos para no perder la perspectiva (y usar en su lugar la PPerspectiva).




2011
Total votantes reales
24.590.557
71,69%
Abstención
9.710.775
28,31%
Votos nulos
317.886
1,29%
Votos en blanco
333.095
1,37%


abstención + nulos + blancos = 10.361.736

El PP obtuvo una mayoría absolutísima con 10.830.693, equivalente al 44,62% de los votos válidos.

Claro que si damos a los que “no actuaron”, a los votos posibles junto con los emitidos, ese valor moral que les da el PP cuando le conviene, la mayoría moral de este partido se tambalea. Pues sacaron
10.830.693 de un total de 34.953.313, que da (oh, ¡ay, ay, ay) un porcentaje del voto posible del 30,98%

¡Dónde está la mayoría absoluta! Si el valor moral legitimador de los que no actúan se lo apunta uno, si cada persona que no va a la huelga o a una manifestación lo hace porque está de acuerdo con el Gobierno, habría que suponer que esos votos que no quisieron emitirse destruyen la Mayoría absoluta y ponen en grave riesgo la posibilidad del PP de gobernar.

No digo que deba ser así: solo digo que el PP debería tener cuidadito con no apuntarse como clientes propios a quienes no consumen en el bar de la competencia.

segunda reflexión: soy un tipo normal, de la calle. ¿Cómo es posible que los listos de los partidos de la oposición (iba a decir de los “medios”, pero no les queda ninguno) no les arrojen a la cara reflexiones tan sencillas?



miércoles, 7 de noviembre de 2012

Nazanín Armanian aclara por qué me siento aliviado, pero no feliz

Todo el mundo se mete con los políticos, obviando a los verdaderos culpables de la situación: el poder económico (sirven casi como un biombo que oculta a los culpables, que nos distrae sin que podamos ver la solución real). En la política actual, solo se elige entre los seguidores brutales del Sistema y los que buscan un alivio. Desde luego que los primeros me dan miedo, y conozco ya cómo actúan; pero de los segundos no espero grandes soluciones. La prueba del 9 es que, en las elecciones estadounidenses, no se hayan tocado precisamente los temas que me importan.

El artículo, titulado EEUU: 9 temas ausentes de los debates, lo publicó Nazanín Armanian el 4 de noviembre en Público. Lo encontraréis aquí:


Pero como a muchos nos cuesta usar los hipertextos, os lo copio y pego entero aquí.


Cuando dos contrincantes no tratan un asunto que puede tumbar al rival es porque con ello tienen mucho que perder y poco que ganar. Y aquí, Obama y Romney (O&R) se mueven a partir de un pacto tácito de silenciar algunas importantes cuestiones nacionales y mundiales.

Ni el huracán Sandy, por ejemplo, consiguió que O&R  abordasen el calentamiento global —generado por la acción humana—, que intensifica el efecto de los desastres naturales. En el caso de Sandy lo hizo hasta en un 10%. Según el Pentágono el riesgo de cambio climático, a largo plazo, es mayor para la seguridad de EEUU que el terrorismo. También lo advirtió en su “verdad incómoda”, un tal Al Gore, otro inmerecido premio Nobel de la Paz, el mismo que tras bombardear —con Bill Clinton—, Yugoslavia, Albania, Sudán, Afganistán, Irak, Haití, Zaire, y Liberia, y causar miles de muertes y daños irreparables al medioambiente, intentó robar la bandera al movimiento verde. Aún así, demócratas y republicanos se negaron a firmar el Protocolo de Kioto.
Sandy, a su paso, golpeó varias centrales nucleares.

Y aquí es donde surge el segundo tema. Aún creyendo que la tecnología es capaz de garantizar la seguridad de estos demonios gestantes de apocalipsis, ¿quién nos salva de la crónica negligencia de nuestros gobernantes? El desastre de Fukushima fue responsabilidad “del ser humano” y no de la naturaleza. O&R no han presentado ningún plan alternativo a esta peligrosa fuente de energía.

Tercer tema: ¿Lanzará EEUU más guerras? Las dos caras de un
mismo establishment americano se disputan la toga imperial con un “yo soy más belicista que tú”. Obama ha llegado a amenazar a Irán incluso con un ataque nuclear, ha bombardeado Pakistán, Afganistán, Yemen, Somalia y Libia, y con astucia  llama “terroristas” a lo que Bush bautizó como “daños colaterales”: miles de civiles asesinados. ¡Qué bancarrota moral! Sólo en Pakistán, entre 2004 y 2011, losdrones mataron a cerca de 3500 civiles en funerales y bodas, escuelas y hospitales. Naves que además están siendo utilizadas en el propio EEUU para recoger datos de quienes se manifiestan contra el poder.
Romney no mencionó el hecho de que Obama arme a los Al Qaedistas en Libia y Siria, ni que traicione su  promesa de reconocer un Estado palestino.

El cuarto: La responsabilidad de los grandes financieros en el desastre económico. La crisis ahoga a 11 millones de familias con hipoteca, y ha convertido a miles de desahuciados en homeless. Según  la campaña “Moratoria YA” hay 7.5 millones de casas vacías: ¡24 por cada sin hogar!

El quinto: La pobreza que azota a 45 millones de ciudadanos. Toda una industria creada por el sistema de “sálvese quien pueda“ en un mercado-jungla. Los niños han sustituido a los ancianos en la base de la pirámide de la pobreza: el 27% del total de los pequeños —¡el futuro de la nación!—, y siempre los negros más que otros. Gentes ajenas a gastos inútiles como los 6.000. millones de dólares que se deja al mes en la ocupación de Afganistán.

El sexto: La discriminación racial. Obama no es más que la cara opaca de un poder blanco-cristiano. El que anunció con trompeta la entrada a la era posracial, pronto tuvo que tragarse el sapo,  pidiendo disculpas a un policía blanco al que había criticado por agredir a un profesor negro (La fragilidad de un presidente negro). Los afros siguen siendo el sector más discriminado de la población: su renta familiar es siete veces menor que la de los blancos, la tasa de mortalidad de sus bebés casi les dobla, y sólo componen el 8% de los espectadores de la NBA cuyos equipos están conformados en su 90% por negros.

El séptimo: La población carcelaria. EEUU gasta 80 mil millones de dólares al año para mantener a 2.3 millones de seres humanos —la mayoría, negros—, en jaulas, un récord mundial en la materia. Muchos, no pueden pagar la fianza de 1000 dólares o menos para salir. Racismo y pobreza. De piel negra lo son también el 77% de los condenados a cadena perpetua sin libertad condicional. Entre éstos que saben dónde van a morir, está desde 1992 Jacqueline Montanez, mujer negra de 36 años que cometió un crimen cuando tenía 15 años. El cómo una niña llega a hacer tal barbarie, les tiene sin cuidado. Detrás de los barrotes pierden su vida otros 300.000 latinos “sin papeles”, a pesar de no ser peligrosos, ni haber riesgo de fuga.

El octavo: Pena de muerte. EEUU sigue usando este macabro terrorismo de Estado, a pesar de comprobar que desde 1976, unos 130 inocentes han estado en el  corredor de la muerte. ¡Por eso Julian Assange teme ser entregado a éste país! A pesar de la disminución de las ejecuciones en un 60% desde el 2000, alrededor de 3.300 hombres y mujeres esperan la muerte o un milagro. Los negros son los más castigados, y eso que las victimas y los asesinos suelen ser de la misma raza. Troy Davis, negro acusado de matar a un blanco, fue ejecutado en 2011, insistiendo en su inocencia. Hoy, el alto coste de estas condenas —90.000 dólares cada proceso— es un argumento más a favor de abolir esta cruel e inútil pena.

El noveno: La violencia contra la mujer. El año pasado 4.8 millones de mujeres fueron víctimas de violación y malostratos. Unas 4.000 murieron. El arraigado sistema patriarcal, el concepto tradicional de familia y de los roles del hombre y la mujer —respaldados por la actitud de ambos candidatos y sus esposas—, son responsables de este mal.

El rosario de temas tabús incluyen la asistencia sanitaria universal, el cómo rescatar una economía en quiebra de facto, o la obscena influencia del dinero en las elecciones.

¿Qué se puede esperar de unos candidatos sentados en la cúpula de la burguesía, vinculados con la globalización de un capitalismo depredador y militarista, carentes del coraje, del sentido de empatía con los que sufren y de una visión real sobre el mundo en el que viven?



jueves, 1 de noviembre de 2012

Ejercicio taller L.M. del 30_10_12



Objetivo: el “me acuerdo” como impulso


Mente rigurosamente vigilada
La memoria tiene más de excluyente que de selectiva. Caigo en la cuenta de que de mi padre, que entró en coma y muerte cerebral 9 días después de que cumpliera yo doce años, solo tengo un recuerdo real, del que puedo fiarme. Es el único que  cumple absolutamente mis criterios de verosimilitud: ha de ser como una imagen de película en la que mis ojos sean la cámara y, por tanto, la sucesión de imágenes debe verse desde mi altura en ese momento; además, ha de darse un elemento emocional fuerte que justifique la razón de que se haya convertido en recuerdo básico. En cuanto a la primera condición, mi cabeza estaba por debajo de la mesa del comedor, cuya superficie saliente veo, por el rabillo del ojo, a mayor altura que la mía. Si hay algún truco de montaje cinematográfico en esa breve secuencia de imágenes en movimiento, está tan bien hecho que a día de hoy no soy capaz de descubrirlo

Recuerdo: por la tarde, mi padre aparece ante mí, recién duchado, oliendo bien a colonia y al cigarrillo que fumaba.
Componente emocional: la cámara, es decir yo, tuvo (tuve) un sentimiento de orgullo de que esa persona fuera mi padre, de que era bueno que ese ser descomunal, enérgico y que olía bien se ocupara de mí.

Un recuerdo real es como un esqueleto. La autenticidad tiene el precio de dejar fuera todo lo que no haya pasado en esos segundos; pero todos sabemos más del sujeto de cualquier recuerdo. Es como si pegáramos una foto o una frase en el centro de un corcho grande y, a continuación, mediante flechas conectadas con otras fotos o escritos, la convirtiéramos en un diagrama de flujo con todos los detalles e informaciones pertinentes.  Esa imagen que es el núcleo del recuerdo la entendemos mejor añadiéndole datos ajenos a ella. Algo que en esos momentos sabíamos de antemano, o que supimos después y los pegamos junto la imagen original del corcho. Por ejemplo, que se duchaba dos veces al día, siempre con agua fría: lo que explicaría esa sensación de poder, por las fricciones en la piel bajo el agua;
por ejemplo que era realmente alto, como me demostraron fotos que vi mucho después en las que estaba con otros adultos;
por ejemplo, que por las tardes tenía un trabajo que le obligaba a compartir una vida social con los más ricos de la ciudad. Un trabajo que le obligaba a vestir bien;
por ejemplo, que sus trajes y zapatos eran de la mejor calidad. Llegué a saber que tenía siete pares de zapatos italianos, para ponerse un par cada día, conservarlos bien y no comprar zapatos nunca más;
por ejemplo, que fumaba Craven A, un aromático y picante tabaco inglés que tenía en unas latas preciosas de color rojo, con un óvalo blanco centrado, horizontal, sobre el que había un gatito negro. Cada vez que vaciaba una, me la daba. Conservaban un olor picante a picante y yo guardaba en ellas cromos, chapas con la cara de deportistas que fijaba con cera licuada, como adorno y para que con el peso añadido fuera más fácil controlarlas en las carreras por los bordillos de las aceras;
y otros muchos detalles e informaciones más.

Tengo recuerdos muy precisos de un trompo girando en un parque, de varios árboles de ese parque, de un corcho de caña de pescar flotando en el mar, del proceso de ensartar una lombriz viva en el anzuelo, del rostro y el cuerpo de mis amigos, de cómo iban vestidos, del contenido del pupitre de madera, cuya tapa se alzaba, con trozos de pan seco, chapas y libros, de entrar en el mar con una manzana en la mano cuando mi madre nos llevaba a mi hermana y a mí a la playa a primera hora de la mañana, luego nos daba la manzana y nos podíamos meter de nuevo en el mar hasta la cintura; aunque solo veo la manzana, siempre de color verde claro, y el mar por delante. Pero no tengo de mi padre más que ese recuerdo fiable; en 12 años y 9 días, período del que habría que descontar mis dos primeros años. Ahora que me he visto obligado a reconocer ese hecho, debo añadir que los recuerdos de mi madre, los recuerdos verdaderamente claros, no son más de tres; que solo tengo uno de la tía que vivía con nosotros y ninguno de mis hermanos.
He de deducir y reconocer que los mayores, entre los que contaba a mi hermana, nacida cinco años antes que yo, fueron radicalmente excluidos de mi vida salvo por razones utilitarias. No sentía el menor interés por nadie que tuviera más de ocho años; que estuviera fuera de lo que con los años consideré mi vida épica. Los mayores no tenían cabida en ella y fueron excluidos, sin que les diera la menor oportunidad de entrar en mi vida. Tampoco debo deducir de ello que no sintiera apego por ellos, cariño: una emoción animal de pertenencia mutua. En todo caso, es difícil evitar la sensación, como un ronroneo en una parte oscura de la mente, de que mi postura ante los mayores no fuera en realidad la respuesta al desinterés de ellos por mí.

Tengo un segundo recuerdo de mi padre, pero sé que en su mayor parte es elaborado. Solo una acción y un cruce de miradas entre él y yo, en total no más de tres o cuatro segundos de duración, representa el núcleo de la autenticidad. El contexto del recuerdo está conformado por lo que debía ser una rutina de los domingos por la mañana, cuando ya me había vestido para ir a la misa obligatoria del colegio. Mis padres estaban despiertos, leyendo en la cama. Ella, en la parte más alejada de la puerta, leía un libro, mientras que él, a quien ya le habían subido los periódicos del día, los hojeaba. La rutina debía consistir en que me acercaba a mi madre y le daba un beso de respeto. Después salía despidiéndome de él con la mano. Pero en esa ocasión concreta, mi padre me pidió que le diera también un beso y, al inclinarme hacia él, me lo dio en los labios. Di un respingo, como de asco y, por un instante, nos miramos como dos seres amedrentados. Fui al colegio y les conté a mis amigos el beso asqueroso. Cuando volví a casa, mi padre ya había tenido el ataque y se mantuvo inconsciente hasta que murió días después.
Sé que es algo real, pero pierde verosimilitud porque a diferencia del primer recuerdo, en el que estaba clara la distinción entre lo recordado y los elementos añadidos posteriormente a la foto base en el corcho, en este se introducen en esa realidad elementos que, obviamente, no le pertenecen, como la frase “nos miramos como dos seres amedrentados”. Sé que nos miramos un segundo; no fue hasta muchos años después, recordando los ojos de mi padre de la única ocasión en que los miré realmente, que supe que en esa mirada hubo un intento de enfrentamiento, por mi parte, o de transmisión por la suya. Intentos fallidos en los dos casos. Posiblemente a él le produjo amargura, porque algo le indicaba que el tiempo se acababa: no hay otro modo de entender ese beso en los labios. A mí, el asco y repugnancia que expresé a mis amigos nada más llegar al colegio, con su muerte se convirtió en una culpa: la de no haber logrado en todos esos años que su camino y el mío se cruzaran algunas veces más.
Pasados más de 50 años, unas operaciones mentales, una búsqueda de mi interior emocional, me llevaron a reencontrarlo, a luchar con él, a aceptar mi dulce derrota y a reconocer que, sin que yo me diera cuenta, debió de tenerme cariño.


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