“Lo primero que hay que hacer para salir del pozo es dejar de cavar”. Proverbio chino.

NO PODEMOS RESOLVER PROBLEMAS PENSANDO COMO CUANDO LOS CREAMOS. Albert Einstein

“Si a alguien le indigna más ver un contenedor ardiendo que una persona comiendo de él, tiene que revisar sus valores”

Sobre los poderes de siempre y los emergentes: "“No nos parece mal que nos muerda un lobo, pero a todo el mundo le saca de quicio que le muerda una oveja". Ulises de Joyce, Cap. 16




viernes, 27 de septiembre de 2013

Oportunidad de conocer a Bárbara Blasco Grau en Madrid (yo de ti no me la perdería, forastero)


El jueves 3 de octubre, a las 8 de la tarde, nos vemos en Tipos Infames. Te aseguro que no te arrepentirás.



Lo sabe casi todo de lo que es la vida de una mujer que ha hecho de casi todo. Y que ha leído continuamente: la literatura como refugio, como Resistencia. Practicante de la paradoja, de la reflexión y lo incorrecto.

Un fragmento de su nueva novela:

“Dice mi padre que no escriba sobre sexo. Pero yo tiendo a meter sexo en todo lo que escribo como el sexo tiende a inmiscuirse en los consejos de administración, en las paradas de autobús, en las galas televisivas, en las cumbres políticas, en los bordes de las carreteras, hasta en la cama se inmiscuye a veces el muy gorrino.”

Y una frase breve de su presentación de Suerte en Valencia:

“Yo quería, en definitiva, escribir la gran novela americana, y me ha salido un vodevil castizo y procaz.”

Nos vemos en Tipos Infames


sábado, 21 de septiembre de 2013

Taller Bremen. Tema: "in media res"


No soy Ismael


Al sacar la cabeza del agua, con el cuerpo entumecido y la mente difusa, vio un monstruo marino que se dirigía contra él. Gritó, ¡no soy Ismael! Y, como le sucedía en esas ocasiones de hambre de aire, la oscuridad lo rodeó y empezó a vomitar.
Ella tuvo la rapidez de acción necesaria para mover el timón a favor del movimiento del mar y pedalear hacia atrás. En lugar de arrollar el cuerpo surgido del fondo del mar, pasó a un metro de la cabeza. Maniobró para acercarse a él, con un ligero temblor por el susto, y se detuvo al lado del aparecido.
—¿Estás bien? Te llevo a la orilla.
Pero el reducido monopatín no tenía modo de aceptar esa carga.
—No te preocupes, no es la primera vez que me pasa, recupero el aliento haciendo el muerto y regreso nadando.

Él era una persona activa e independiente, de inteligencia superior a la media, con la dosis justa de entusiasmo para levantarse silbando por las mañanas. Dos juegos le daban ese punto por el que, aún siendo sociable y afable, carecía de relaciones continuas y profundas. En primer lugar, no podía asomarse a un balcón sin desear tirarse al vacío. No deseaba suicidarse: simplemente, ansiaba la experiencia de caer y sentir esos segundos en los que la calle se precipita hacia uno. Pero no podía jugar a eso, porque sabía que después no habría nada. Se quedaba apoyado en la barandilla, imaginándolo, disfrutándolo. El segundo juego, que solo practicaba en verano, consistía en nadar mar adentro hasta estar absolutamente solo. Y bucear cada vez más hondo mientras los oídos se habituaban a la presión: calculaba que unos 8 metros al principio del veraneo, que aumentaban hasta 12 o 14 conforme pasaban los días. Una vez en el fondo, se sujetaba a alguna planta marina y se quedaba allí, agotando el aire, hasta que no lo soportaba y con un ligero impulso de los pies se dejaba ascender lentamente hacia la superficie. En cuanto tenía la cabeza fuera del agua, tomaba una bocanada de aire. Se sentía, al mismo tiempo, triunfante y vencido. Tardaba en darse cuenta de la situación en la que estaba, pero la recuperación del aire se convertía en un temblor de felicidad y placer; aunque a veces vomitara. En cuanto recuperaba la conciencia clara y la fuerza del cuerpo, regresaba nadando a la orilla, se tumbaba en la toalla y se sentía el ser más afortunado del mundo.
En realidad, era un juego contrapuesto: caer para morir y ascender para vivir. Fuera de los juegos y del trabajo, que solo era trabajo, le gustaba leer narrativa, pasear despacio y beber a solas en la barra de cualquier bar.

Ella era una persona activa e independiente, de inteligencia superior a la media, con la dosis justa de entusiasmo para levantarse silbando por las mañanas. Le gustaba pasar gran parte del tiempo en soledad, una vez terminado el trabajo, que era solo trabajo, moviéndose por toda la ciudad; no era fácil, porque su belleza atraía a muchos estúpidos. Solo leía libros de filosofía, aunque no era su profesión, y los consideraba como si fueran narrativa (las novelas aumentaba su asco hacia la humanidad). De vez en cuando, una noche de amor con alguien a quien no le volvería a coger el teléfono. Únicamente pedía que el mundo la dejara en paz, salvo en los momentos en los que le apetecía entrar un rato en él. Sentía entonces que un poco de diversión compartida le dejaba el cuerpo con una tibieza de la que disfrutaba.

Ella y él se reconocieron en la orilla y se saludaron con una sonrisa auténtica.
—Creo que me has salvado la vida, al reaccionar tan rápido. Lo menos que puedo hacer es invitarte a comer en el chiringuito.
—Tengo hambre de loba.
Cada uno cogió su bolsa y toalla, y se abrasaron los pies en los 60 metros de arena fina que los separaba del restaurante. Se sentaron uno frente al otro, sin hablar, sonriéndose con los ojos, tranquilos, fumando.
—Una paella para cuatro. La que sea su favorita —pidió ella al camarero.
—¿Van a ser cuatro? —preguntó.
—No lo permita Dios. Es que la señora tiene hambre. No olvide que en  la cubeta de hielo haya siempre suficiente vino blanco muy frío del que me sirvió ayer.
Cada uno vio en los ojos del otro chispas de aceptación y reconocimiento, que fueron aumentando desde que brindaron con la primera copa, que según ella había que beberse de un tirón; insistió en que lo recordara siempre que brindaran. Y cuando se dio cuenta de que había dicho “siempre”, se estremeció. Para comer los aperitivos y la desproporcionada paella necesitaron la ayuda de tres botellas y media de vino; imagínate que somos cerdos, le dijo ella, siempre que puedo me gusta comer como una cerda, aunque otras veces te pueda parecer sofisticada. La tarde estaba ya mediada, con el sol bajando, así que siguieron tomando copas, ella eligió vodka con limón por los dos, casi hasta el anochecer, contando cada uno las partes más banales de su vida. También deslizaron algunas cosas que normalmente no contaban a nadie.
Estaban en el mismo hotel y se fueron a él juntos. Preguntaron en el bar si les podían servir copas en la piscina, de modo que siguieron bebiendo y bañándose; a punto a veces de ahogarse de la risa. Luego subieron cada uno a su habitación a ducharse y cambiarse de ropa, compraron dos botellas grandes de agua fría y las fueron bebiendo mientras paseaban por la orilla del mar, mojándose los pies. Ella tenía una “suite”, que era más grande y con vistas al mar, por lo que decidieron dormir juntos allí.
—Cariño, esta noche como si fuéramos hermanitos poco incestuosos —dijo ella mientras se desnudaba del todo echando la ropa al suelo—. Yo duermo en el lado del baño, que con tanta agua me darán ganas de hacer pipí.
Se durmieron enseguida, dejando un holgado espacio en medio. Pero ya dormidos, se fueron acercando, se rozaron y la piel de cada uno aceptó la del otro, como si la reconociera. Despertaron abrazados, con una sensación agradable. Pasaron juntos los días de vacaciones que les quedaban, aunque él no devolvió la habitación, donde tenía la ropa. Como siguiendo una marea dictada desde el interior, unas noches follaban y otras bebían; con cierto salvajismo en las dos actividades. Al volver a Madrid, sabían del otro más de lo que habían sabido nunca de nadie. Como los dos terminaban la semana de trabajo el mediodía del viernes, decidieron que todas las semanas comerían juntos y ya no se separarían hasta la salida del cine de la tarde del domingo. Estaba prohibido llamarse o mandarse correos salvo casos de emergencia

Y así vivieron cerca de tres años enloquecidos.

Él fue percibiendo que pasaba algo que era difícil remontar. Una noche, después de tomar varios rusos blancos en un garito clandestino en el que se podía fumar, cuando ella miraba al frente y seguía con la cabeza el ritmo de funk, la cogió por el mentón con el pulgar y el índice de la mano derecha, tenía unas manos grandes y anchas, y le volvió la cara para mirarse a los ojos.
—Amada, ¿qué sucede?
—Querido, ¿de verdad quieres que hablemos de nosotros como pareja, no de ti o de mí?
—Si es necesario, prefiero no posponerlo.
—Vayamos a dar un paseo.
Caminaron en silencio cogidos de la mano. Se sentaron en una mesa de una terraza casi vacía por el frío, uno al lado del otro, y hablaron hacia el frente; sin mirarse.
—¿Cuánto tiempo hace que no deseas tirarte desde un balcón?
—Ya lo sabes.
—Es como si tú me hubieras comido a mí y yo a ti. Hemos intercambiado costumbres. Ha llegado el momento de decidir si crecemos de una vez, o renunciamos, lo que significa que tendríamos que renunciar el uno al otro. Te quiero demasiado para sentir que la vida se vuelve tibia a tu lado. Pero somos dos y si no estamos de acuerdo tenemos tiempo para discutirlo. ¿Te sientes con ganas de crecer?
—Entiendo todo lo que me dices, pero ni se me había pasado por la imaginación. Desde luego que no quiero crecer.
—Una cosa en la que sigo siendo yo misma, y lo sabes, es que prefiero sufrir mucho y rápido que languidecer lentamente.
—Amada, hemos vivido algo precioso, ¿verdad?
—Verdad. Pero nos toca liberarnos. De otro modo, cuando dejáramos de ser jóvenes, resultaríamos patéticos. Esa imagen de cuarentones pasados de rosca se me está clavando en el corazón y me aleja de ti. No querría llegar a tenerte a mi lado y sentir cómo me alejo más y más.
—Cuando dices que “nos toca”, dices ahora mismo, ¿no?
—Sí. Quiero que vuelvas a desear tirarte desde el balcón y, si te es posible, que encuentres esta vez la salida verdadera.

Le cogió de la mano, se la apretó, se levantó y lo dejó allí.









jueves, 19 de septiembre de 2013

Con qué descaro nos roban lo natural



¡Salva las semillas limpias, la diversidad y la cultura en Colombia!
http://www.avaaz.org/es/petition/Salva_las_semillas_limpias_la_diversidad_y_la_cultura_en_Colombia/?tqzeRab

Las semillas nativas en Colombia han entrado en proceso de privatización en el marco del TLC con estados unidos y se ha penalizado su uso tradicional, poniendo en fragilidad la soberanía alimentaria, la cultura y la megadiversidad, obligando a campesinos, indigenas, afros y mestizos a usar semillas certificadas por distintas transnacionales. Es imprescindible hacer el mayor esfuerzo por detener esta determinación gubernamental absurda para poder mantener viva la tradición de los pueblos y la soberanía sobre nuestra tierra y las semillas que por siglos nos han permitido subsistir. Salvar así mismo la genética que las semillas nativas encierran, lo que les ha permitido soportar las distintas condiciones adversas y significar la supervivencia de pueblos olvidados por el estado, quienes ahora serán tratados por el como infractores de la ley. 

El Congreso de la República expidió la ley 1518 de abril 23 de 2012, "Por medio del cual se aprueba el Convenio Internacional para la protección de las Obtenciones Vegetales, UPOV 1991". Esta es una de las tres leyes sobre el tema de propiedad intelectual que afanosamente aprobó el Congreso para que el Presidente Obama le diera la bendición a la entrada en vigencia del TLC, ya que una de sus cláusulas es la obligación de suscribir UPOV 91[1]; el Estado colombiano juiciosamente ha cumplido la tarea como lo han hecho México, Chile, Perú y los países centroamericanos, en sus respectivos TLC.

Esta norma protege las semillas manipuladas; prohíbe la siembra, el uso y la multiplicación de las semillas criollas y legitima únicamente la utilización de semillas extranjeras; además promueve la explotación y apropiación de los recursos naturales en pocas manos y atenta contra el patrimonio genético del país, contra la soberanía alimentaria -en especial de las comunidades indígenas, afro descendientes y campesinas-, y los usos y costumbres ancestrales, originando en las comunidades la pérdida de sus culturas y territorios y desconociendo que las semillas criollas son fruto del trabajo de varias generaciones que desde épocas ancestrales las han mejorado garantizando la soberanía, la autonomía y la seguridad alimentaria no sólo de ellos, sino de buena parte de la población, y, que en tal sentido, al ser patrimonio colectivo del pueblo no pueden ser objeto de apropiación por parte de particulares. En los últimos años el gobierno colombiano ha aprobado varias leyes y normas sobre semillas que son el marco jurídico para entregarle a transnacionales el control de las semillas.


La Ley 1518 de 2012 por medio de la cual se aprueba el "Convenio Internacional para la Protección de las Obtenciones Vegetales" desconoce disposiciones de rango superior y desarrollos normativos y jurisprudenciales internacionales que consagran las obligaciones del Estado de garantizar y respetar los derechos de quienes están bajo su jurisdicción y específicamente la obligación de velar por la soberanía y seguridad alimentaria de la población. El Convenio Internacional ratificado por medio de la Ley 1518, sin garantizar el derecho fundamental a la consulta previa de las minorías étnicas, busca la concesión y consecuente protección de derechos de obtentor de géneros y especies vegetales estableciendo, por un lado, determinadas condiciones que no pueden cumplir las variedades nativas y criollas porque el mejoramiento genético que han realizado los agricultores se basa en un enfoque y principios totalmente diferentes al que realizan los fitomejoradores modernos, y por otro, los alcances de su reconocimiento protegiendo intereses económicos de algunos e imponiendo el uso de semillas protegidas legalmente por requerimiento de las empresas transnacionales.

Monsanto y los transgenicos:

http://www.avaaz.org/es/petition/Salva_las_semillas_limpias_la_diversidad_y_la_cultura_en_Colombia/?tqzeRab

Enviado por Avaaz en nombre de Carlos

miércoles, 11 de septiembre de 2013

La novela de Lara Moreno





Conocí a Lara hace muchos años. Vivía con otra joven escritora en una casa mágica en la que, al otro lado del jardín, empezaba la sierra de Madrid. Algún sábado subía en el coche a su novio Miguel, colega mío del trabajo, y los dos emperezábamos la mañana tumbados descalzos en la hierba, oyéndolas teclear y detenerse, volver a teclear.

Se habían ido allí, las dos, a escribir una novela. Hará 8 años o más. Entretanto, ha editado libros de relatos, poemarios. Pero seguía con la novela, a la que llamaba ya “La cosa pantanosa”. Con todo lo que sabe esa chica, que ahora es mi Maestra (me ha enseñado lo más importante, a leer), ¿cómo ha podido tardar más de 8 años? Antes del verano, leí un ejemplar de la edición para libreros que había hecho Lumen y lo entendí: la perfección en la intensidad lleva lo suyo.


En una faja verde con impresiones de los libreros, Cristina Durán Lázaro, de la librería FNAC, viene a decir lo mismo: “Me impresiona, me desconcierta, me angustia... Cada página me produce sensaciones diferentes”.

lunes, 2 de septiembre de 2013

He hecho el agosto en lecturas (sin conexión a Internet)





La foto es del último día. El primero, esos libros estaban en el lado del fondo de la mesa.

El plantador de tabaco, de John Barth, ed. Sexto Piso, 1.173 páginas. OBRA MAESTRA.
Tan absorbente, que en contra de mi costumbre me dediqué a leerlo en exclusiva. Con una técnica de trama medio sacada de Las mil y una noches, abundan los homenajes, como el Quijote, Tristram Shandy, Rabelais. Una visión satírica y sardónica del mundo. Absolutamente lúbrica. Cada personaje va contando una historia que se va entrelazando con otras hasta que al final todas encajan a la perfección. La risa y la podredumbre humana se combinan a la perfección. Por ejemplo, un apéndice hace cuentas de los pequeños personajes que no han podido encajar su historia en la trama principal. Esta es una muestra de estilo y risa:

«Dick Merriweather, luego de haberle hecho la corte a la muerte en un centenar de odas y sonetos jamás publicados, logró seducir a la dama de la muerte con tanto éxito que, por fin, un día que su caballo se encabritó y lo arrojó al adoquinado, su enamorada transformó en abrazo eterno lo que él había concebido como una mera galantería.»

El mago. Trece cuentos japoneses, de Ryunosuke Akutagawa, ed. Candaya, 188 páginas.
Uno de mis favoritos en cuentos japoneses, del primer cuarto del siglo XX.

Gudari Gálvez, de Jorge M. Reverte, ed. Espasa, 235 páginas.
La serie de periodista Gálvez siempre proporciona un alegre descanso, con cierta dosis de análisis profundos, tras un libro como el de Akutagawa.

Zurita, de Raúl Zurita, ed. Delirio. 741 páginas. OBRA MAESTRA
Sin duda el mejor libro de poesía en lengua castellana editado en 2012. De la tarde y la noche del 11 de septiembre, y el día de pinochetazo, en realidad se extiende también a todas las barbaridades de asesinatos masivos de la Historia. Solo apto para muy amantes de la poesía.

Mientras agonizo, de William Faulkner, ed. Cátedra, 230 páginas. OBRA MAESTRA
Aunque es una novela pequeña, es la más intensa de todas las que he leído de W.F., me ha dejado con la boca abierta, aunque tuve que pagar el precio de leer acumulando información, peri enterarme de nada, hasta aproximadamente la mitad. Muy aconsejable. No creo que hoy en día se pueda escribir decentemente sin haberla leído en profundidad.

Elogio de la sombra, de Junichiro Tanizaki, ed. Siruela, 93 páginas
Ya la había leído, sin profundidad, hace años. Pero me la regaló en el pueblo una joven japonesa y esta vez, leyéndola dos veces seguidas, me ha llenado de placer (y de ideas sobre la vida y el arte).

Mecanismos internos. Ensayos 2000-2005, de J. M. Coetzee, ed. Debolsillo, 306 páginas.
Deliciosos artículos sobre escritores, en los que el sabio Coetzee informa y te hace pensar.

El papel de mi familia en la revolución mundial, de Bora Cosic, ed. Minúscula, 150 páginas
Narrada por un niño loco que vive con una familia de locos cuya casa se va llenando de camaradas comunistas, te partes de risa con esa revolución hechas por quienes no entendían nada de lo que estaban haciendo con ese cambio del mundo.


Es como el sorbete necesario tras una comilona brutal.