“Lo primero que hay que hacer para salir del pozo es dejar de cavar”. Proverbio chino.

NO PODEMOS RESOLVER PROBLEMAS PENSANDO COMO CUANDO LOS CREAMOS. Albert Einstein

“Si a alguien le indigna más ver un contenedor ardiendo que una persona comiendo de él, tiene que revisar sus valores”

Sobre los poderes de siempre y los emergentes: "“No nos parece mal que nos muerda un lobo, pero a todo el mundo le saca de quicio que le muerda una oveja". Ulises de Joyce, Cap. 16




miércoles, 24 de abril de 2013

La importancia de adoptar la “dieta demitariana” y en el caso de España la dieta mediterránea

Cada dos lunes actualizamos la página de Globalízate y en la columna de la derecha de este blog pongo (con espantosos errores de formato que no sé arreglar) los títulos de los artículos, enlazados para que con un clic podáis ir directamente al artículo. En esta actualización hay un artículo que no solo nos permite conocer, para luego tomar nuestras propias opciones ante el mundo que vivimos, sino que, sin desatender lo global, habla de algo que debería plantearnos el modo en que nos alimentamos nosotros mismos. Por eso hago una excepción y, además de que tenéis el link arriba a la derecha, lo voy a copiar para que lo podáis leer aquí.




La importancia de adoptar la “dieta demitariana” y en el caso de España la dieta mediterránea

Louis Lasalle para Globalízate, 17/04/2013 

La dieta mediterránea fue declarada de Patrimonio Cultural Intangible de la Humanidad en 2010. Y no es para menos ya que, además de ser buena para la salud fomenta una relación sostenible con el medio. Sin embargo, por mucho que los dietistas la recomienden o que en Europa presumamos de esta dieta equilibrada, en España ya no es más que una marca. 
La dieta mediterránea se basa en un consumo equilibrado de cereales, legumbres, hortalizas, de aceite de oliva como fuente de grasa y en un consumo moderado de proteína animal. El porcentaje de proteína animal en una dieta es un buen indicador de lo sano de la misma así como de su sostenibilidad medioambiental. La dieta mediterránea supone una ingesta de proteína animal de aproximadamente un tercio. En España en los años 60 un español consumía de media alrededor de un 35% de proteína animal, sin embargo, a lo largo de las últimas décadas esa proporción ha ido subiendo hasta el 65% 1. En estos momentos los españoles comen tanta proteína animal como un estadounidense o un habitante del norte de Europa. 
El problema principal de la insostenibilidad de la producción masiva de carne reside en la muy ineficiente transformación de proteína vegetal en animal. Para obtener un kilogramo de proteína animal hacen falta de media 6.5 kg de proteína vegetal (siendo mucho más ineficiente la carne de vacuno y menos la de pollo o cerdo). Además del derroche de comida que supone, los otros 6 kg invertidos que no terminan en la carne son emitidos al medioambiente pudiendo generar graves problemas de contaminación. 
Cuando la proporción de animales en el medio rural es equilibrada, estos aportan muchas ventajas ya que facilitan la recirculación de los nutrientes y son garantes de buenos suelos y en definitiva de mantener la fertilidad de la tierra. Este era el caso de los paisajes mediterráneos que generaban los alimentos que constituyen la dieta mediterránea. 
Cuando el número de animales empieza a crecer de forma desmedida sus desechos se convierten en un residuo que contamina agua y atmósfera. Además, la agricultura local no suele bastar para alimentarlos por lo que es necesario importar enormes cantidades de pienso. En el caso de España, la mayoría de este pienso se importa de Argentina y Brasil en forma de soja transgénica. Los problemas sociales y medio-ambientales del cultivo masivo de Soja Monsanto (Roundup Ready) en estos países han sido frecuentemente tratados en Globalízate2. Por otro lado, la enorme dependencia exterior asociada a estos modelos de producción y consumo aleja a las naciones y pueblos de la soberanía alimentaria. 
De este modo, esta transición de la dieta mediterránea a una dieta basada en la ingesta de proteína animal no solo genera problemas en nuestra salud sino que ahonda en un mundo más sucio y contaminado, más ineficiente, menos equitativo (ya que se emplea demasiada producción vegetal para sostener esta dieta de lujo) y más injusto. 
Por todas estas razones los científicos de la ciencia del nitrógeno desarrollaron el concepto "Dieta demitariana" que consiste en una reducción a la mitad del consumo de proteína animal en aquellos países en los que esa proporción está entre el 65 y el 70%3. En los países mediterráneos basta con que volvamos a nuestra querida "dieta mediterránea" y que además de ser una marca vacía de contenido usada para sacar pecho, sea un hecho.


Referencias
1 Información obtenida a partir de los datos de faostat.org

viernes, 19 de abril de 2013

Relato sobre el sarcasmo: "Mi tío abuelo Agapito"

[En el taller Bremen, nos pusimos como tarea un relato sarcástico, en la acepción de broma cruel y siniestra. Aquí está mi aportación]




Mi tío abuelo Agapito

 Era el rico del pueblo. Rico, pero de los de antes: por comparación con la masa de miserables y por acumulación de tierras y ganado. La Historia estaba a punto de barrer a los campesinos ricos de pueblo, pero eso él no lo sabía: pertenecía a una estirpe de propietarios y amos, no de capitalistas. De hecho, no sabía nada de lo que pasara fuera de los cuatro o cinco valles en los que estaban sus tierras y ganado. Ni fuera de esos valles sabía casi nadie de su existencia. Lo que él tenía eran alimentos que se vieran crecer, cosechar, acumular y vender, o distintos ganados que eran igual de tangibles. Una vez hechas las ventas, acumulaba en su casa duros de plata. Le daba la risa cuando le proponían que comprara acciones de la mina, quizá porque no se podía ver crecer el carbón, así que no tenía ningún sentido para él, que era un avaro que disfrutaba viendo sus posesiones. Imagino que algunas noches, en una habitación con puerta de tres llaves, recontaba los duros de plata.
Hombre de orden, católico de primer banco en la misa del domingo, no tenía amigos ni jugaba a las cartas en el pequeño casino. Solo se le conocían dos atuendos: una boina, unos botines y un traje negros, todo viejo, para recorrer los valles y aquilatar el crecimiento de sus posesiones o dirigir a los trabajadores; y lo mismo, pero nuevos, para pasear por el pueblo. En los tiempos de la rebelión militar, apostó por los nacionalistas y tuvo miedo. Quizá fue el instinto, pero hizo bien: Franco le dio dos décadas de pobreza nacional en la que los propietarios ricos de pueblo, como él, siguieron prosperando, lo que es una manera de decir que siguieron siendo iguales a sí mismos, y a sus padres, abuelos, bisabuelos y muchas generaciones atrás. De haber tenido visión capitalista, habría comprado acciones de la mina y habría hecho millonarios a sus hijos. Pero aunque considerado rico en el pueblo, no era un hombre de dinero, sino un amo. Al aferrarse a lo que se veía crecer y convertirse en comida, les dejó a sus herederos unas tierras desperdigadas por los valles, que fueron vendiendo; cada vez por menos dinero. Los ganados ya habían ido desapareciendo todos y las tierras fueron rindiendo menos, porque los miserables prefirieron ganar algo más en la oscuridad de la mina que lo que él estaba dispuesto a pagarles.

En el miedo de los primeros meses, en los que Franco tardaba en llegar y el pueblo seguía siendo republicano y estaba lleno de peligrosos mineros rojos, trazó un plan, que una noche debió contar a su esposa, sin darse cuenta de que cerca estaba una criada. Para entender la historia hay que pensar que fue así; y que la criada tenía un novio minero, joven como ella, con ganas de gastar bromas.
El caso es que, una noche cerrada, cuando todo estaba en silencio, salió el hombre con un saco con las monedas de plata, y hasta de oro, y una pequeña pala, para enterrarlo en algún lugar oculto de los bosques montañosos. Los mineros, un pequeño grupo de ellos, habían preparado otro plan. Alguno debía estar vigilando y en cuanto lo vio salir y se fijó en el sendero de montaña que tomaba, avisó a sus tres amigos. Conociendo la dirección de mi tío abuelo, y siendo jóvenes y fuertes, no les costó nada adelantarle por otros senderos, en silencio, y hacerse los encontradizos, de dos en dos, con él.
—¡Qué, Don Agapito!, ¿dando un paseo por la noche? No hay nada tan bueno para la salud. Vaya usted con Dios —dijo uno de la primera pareja.
—Que él los acompañe —contestó el pobre hombre, que ya se había visto muerto y robado.
Tomó otra dirección, maldiciendo la casualidad de esos dos paseantes a las tres de la madrugada, pero los otros dos ya estaban preparados para cruzarse con él, repitiéndose la escena.
—Buenas noches le dé Dios, Don Agapito. Ya veo que, como nosotros, le gusta pasear por el bosque en la noche. Es que este aire lo alimenta a uno. Además, a veces cazamos un zorro o un lobo, y de ahí sacamos unas perrillas.
—Buenas noches tengan —respondió Agapito, volviéndose para casa a toda velocidad, recubierto de un sudor frío que con el relente del monte bien hubiera podido llevarlo a la tumba.

Repitió la operación tres semanas después, con los mismos resultados. Reconcomido de rabia, ya casi no salía ni de día. Debió pasar un tiempo muy malo hasta que una noche entraron los militares rebeldes y un grupo de falangistas, que se quedó en el pueblo. Don Agapito volvió a pasear por el pueblo, con su mejor boina y traje, pero ya no necesitaba ocultar nada en el bosque. Como agradecimiento, fue a misa todos los días, no solo el domingo. Además, empezó a frecuentar el casino, que llenaban los falangistas venidos de fuera, algunos oficiales del ejército y los que confiaban en ellos, contentos de su llegada, y solían invitar a los uniformados.
Quizá por esas amistades, Agapito estaba informado siempre que a alguno de los presos hacinados en la escuela lo iban a subir a un camión de madrugada, en un viaje sin vuelta. Y allí estaba él, impecablemente vestido, fumando un puro, en los cinco metros que separaban la puerta de la escuela del camión.
—¡Qué!, ¿os llevan de paseo? Es la mejor hora. Hace un airecito tonificante que es muy bueno para la salud.
Y allí se quedaba el hombre. En pie. Sonriendo y fumando el puro hasta que el camión desaparecía de la vista.

sábado, 13 de abril de 2013

Palabras buitres, palabras carroñeras



“palabras buitres, palabras carroñeras que limpien
los viejos cercos de sus muertos, de sus asesinados
y de sus asesinos”.

Filosofía en los días críticos

Chantal Maillard

Me mantengo en pie como una posición moral. A veces. Sin desgaste de los huesos. Me cuesta entender(me), como si esa falta de sentido fuera una impertinencia detestable. Esa falta de coordinación entre el cuerpo, lo que es, y aquello otro que no puedo ni imaginar qué es. Me siento como una farola apagada en lo oscuro; inútil, pero un peligro para los que también caminan en la oscuridad.

Los que me conocen, saben que escribo mientras paseo. Párrafos enteros, con sus puntos y sus comas. Cuando encallo, o llego a un punto en el que la historia cambia de sección, entro en un bar y tomo una bebida en un vaso pequeño. Al volver a casa, paso al ordenador lo que había escrito con el ritmo del caminar. Enseguida veo que lo que sonaba tan bien con el avance de los pasos, en reposo ha perdido gran parte de la magia: el ritmo. Cierro el ordenador y, más tarde, normalmente mucho más tarde, empiezo la tarea de la modificación de lo escrito. Ese es mi método de escritura.

Lo que casi nadie sabe es que en esas paradas en los bares, si no hay nadie con quien hablar, tengo un juego: imaginar vidas a partir de retazos. Las estadísticas me parecen mentirosas. A lo mejor, dentro de un año se empieza a crear empleos, aunque sé que muchos siguen perdiendo el suyo, pero aparecen 700.000 minijobs de 400 euros al mes y 300.000 trabajos con el salario mínimo interprofesional. Sin que se roce un cambio en la situación de miseria, las trompetas pueden tocar los himnos del éxito. Basta con dar cifras globales sin desglosar cuántos empleos de a tanto y cuántos de a otro tanto.

Hay un dato que me vence: somos 7.000 millones de personas en el mundo. No puedo funcionar pensando esa cifra; necesito poner cuerpos, caras, historias para darle un sentido. Así que trato de sentir como una joven violada a la que se castiga la impureza con latigazos, como un niño trabajando en una mina, como un padre hambriento, como una madre en una fábrica de hilaturas 14 horas al día, como una familia que, tras sufrimientos que cuesta imaginar para poder comer, es expulsada de su casa con la fuerza de la Justicia y de la Violencia que a todos nos representa... Así hasta llegar a lo más profundo de la sensación. Voy entendiendo entonces lo que significa la cifra de miles de millones de individuos. Me gusta sobre todo imaginarlos cuando se acuestan, en cualquier parte, en esos minutos en los que tarda en llegar el sueño: cuando los miedos y los deseos explotan. Terminado el juego, vuelvo a caminar, a escribir algo que no tiene relación con lo que sentí en el bar, y termino entrando en otro bar.

***

La ministra Soraya Sáenz de Santa María ha dicho: “Mi casa es el terreno de mi familia”. Y como esa frase va dirigida contra los que han perdido o van a perder su casa, que también es el terreno de su familia, y se acercan a la casa de la ministra para afearle la conducta, ya que ese despojo del terreno de la familia se hace con leyes que vota la ministra ahora que se buscaba una solución ciudadana, como es una demostración de que el derecho a que la familia de la ministra tengo un terreno íntimo es de calidad superior, la frase me ha resultado de una violencia insoportable.

***

Y así, me doy cuenta de que querría tener la voz de Maillard para poder carroñear lo que ha dicho la ministra hasta engullir la última molécula de su violencia, y dejar esa frase en la inexistencia, pero que también querría carroñerar los miedos con los que se duerme tanta gente de esos miles de millones, pobremente representadas por una decenas o centenares de imaginaciones de un afortunado en silencio en un bar. Y tengo que entender que, aunque no sea un desconsolado, solo soy uno más de siete mil millones, que no soy capaz de encontrar y decir para que se oigan esas palabras carroñeras.

Ah, si supiera decir esas palabras. Pero no sé. Solo puedo seguir leyendo la frase de Maillard, que me limpia a mí y termina así:

«El lenguaje de los cercos requiere el vuelo. De cerco a cerco se vuela. Se vuela como los buitres, con el pico ensangrentado, con flecos de carne descompuesta colgados de las comisuras, propagando, de cerco en cerco, el virus: el ansia de hacer mundos».