Lou
Lou estaba en un descampado de las
afueras, la espalda apoyada en un muro bajo, tomando el fresco y mirando el
cielo. Se aproximó un coche hasta unos 30 metros y le hizo un cambio de luces.
Lou cruzó las manos por detrás de la nuca y no hizo nada. El coche le enfocó la
larga. Ni cerró los ojos por la molestia. Alguien bajó del coche por la puerta
del conductor y la luz enfocó su silueta desde atrás: era un hombre fornido.
—Ven aquí.
—Ven tú, que
estás de pie y te es más fácil.
El hombre hizo
un disparo y la bala se incrustó a 50 centímetros a la derecha de Lou.
—Vale, vale, ya
voy. No te pongas nervioso.
Al acercarse,
vio que había dos sombras más en el coche, una en el asiento del copiloto y
otra atrás. También comprobó que el conductor no era fornido, sino gordo. Lou
iba con unos vaqueros con agujeros por el desgaste y una camiseta gris bastante
limpia. El gordo lo miró de cerca y, durante unos segundos, el silencio trajo
de nuevo los sonidos de la noche.
—No eres quien
esperaba.
—Hablas como mi
padre. Esto no va a ser divertido.
El hombre le examinó los brazos a la luz de los faros.
—No te pinchas,
eso es bueno. ¿Qué te pones?
—Nada, me gusta
más comer. Si me das 5 pavos por dispararme y hacerme venir aquí, me tomaré dos
hamburguesas y te bendeciré.
El gordo dejó
las luces puestas, deslumbrándolo, y habló con las sombras. Volvió enseguida.
—Hoy es tu día
de suerte. Me vienes mejor que el tirado que iba a venir y parece que un
dinerito en el bolsillo te vendrá bien. Esto es lo que vamos a hacer: ¿conoces
el restaurante chino que está al final de la calle Lexington —Lou asintió—.
Pues mañana por la noche vas allí. Te invitarán a cenar cuando digas “Carter me
invitó”. Al irte, te darán una mochila, como si fuera tuya. La entregas donde
te digo ahora. Son unos moteros un poco broncas pero no habrá el menor
problema. Por la noche, a esta hora, nos vemos aquí y tendrás tus billetes de a
cinco. ¿Lo has entendido todo? Pues lo tomas o lo dejas; pero si lo tomas,
cuidado con jugármela.
—Es fácil.
Adelántame un billete.
—Te prefiero
con hambre. Así no te olvidarás de ir a la cena.
Cuando pasó por
la calle de los moteros, vio en el jardín a dos hombres con traje. Siguió el
camino y se fue al descampado con la mochila. A la misma hora de la noche
anterior, llegó el Gordo.
—Temí que te
hubiera pasado algo, hubo problemas en la casa de recepción. ¿Llegaste a hacer
la entrega antes del lío?
—¿Con la
secreta en el jardín? ¿Y luego me ponía las esposas yo solo? Lo que quieres
está detrás de ese arbusto.
El gordo recogió
la mochila, miró el interior, se sentó a su lado, en el suelo y le invitó a un
cigarrillo.
—Eres un chico
listo. Cumplidor, pero sobre todo listo. Toma —le dio 200 dólares.
—¿Qué haces?
Soy un chapucillas que a veces pide dinero en la calle. Si la poli me ve
contigo y ven que estoy forrado, me pierdes. Pero si soy un pobretón, podré
decir que me mandas a comprar cigarrillos. Con tres billetes de cinco me vale.
Estuvieron allí
sentados, charlando hasta fumarse el paquete entero.
Tras tres años
de Filosofía Analítica, había decidido que quería ser un vago y abandonó los
estudios. El Gordo encontró un amigo que le ayudaba a ordenar las ideas, tanto
en la vida personal como en la profesional: Lou las veía venir desde lejos y el
Gordo le cayó bien desde el primer instante.
Fue el
principio de una larga amistad.